Todos sus miedos, los de toda una vida parecían haberse conjurado aquella noche. Mientras la ambulancia se abría camino entre los pocos coches que en la madrugada circulaban por la avenida el corazón de Andrés latía a un ritmo endiablado que parecía querer competir con la sirena.
Durante 40 años había estado temiendo el día, o más bien la noche, en que sobresaltado tuviese que enfrentarse a sus mayores pesadillas. Eran poco más de las 2 de la madrugada cuando la voz débil y lastimosa de Jesús le arrancó violentamente de su sueño.
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